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martes, 26 de septiembre de 2017

¿Indecendencia o Sobertiranía?


Llega otro martes más El Rincón del Neologismo. El Rincón ha permanecido en silencio durante un tiempo, ese silencio maestro que tanto nos ayuda a saber qué y cuándo decir. Mientras ha aprovechado para completar su metamorfosis de las redes de lo social a libro, a esa mariposa de hojas de papel que en breve verá la luz. Tantas cosas han pasado en el mundo durante este tiempo que apenas hay que usar la imaginación para tener algo que contar. Como siempre partiendo del humor y la reflexión quitémosle tantos yerros al asunto estrella con el que no nos paran de bombardear.

Capítulo primero: Indecendencia

            Y al final Cataluña se independizó. No fue gracias al 1 de octubre, este solo fue el acto que puso los problemas sobre la mesa desencadenando una gran respuesta social. Su independencia se obtuvo gracias a la consulta pactada y vinculante que se llevó a cabo un mes después, el 9 de noviembre, en honor al 9N, aunque este cayó en jueves. La votación en la que ganó el sí con un poco rotundo 53,7%, tuvo que ser arbitrada por una comisión europea ya que ni España ni Cataluña fueron capaces de generar dicha consulta con totales garantías democráticas. España, al perder a su mayor socio capitalista sufrió una grave depresión económica y le tocó reinventarse como país partiendo de lo viejo. La secesión produjo tal malestar social que forzó al país a la celebración de unas nuevas elecciones en las que, para sorpresa de todos, volvió a ganar Don Mariano Rajoy, sin mayoría absoluta y sin apenas hacer nada como en otras ocasiones. Apuró los recortes hasta el final y cuando no pudo tirar más de tijera se vio obligado a reestructurar profundamente el troquelado país. Humillado por la Indecendecia de Cataluña decidió prohibir la entrada de cualquier producto suyo en territorio español bajo pena de cárcel y altísimas multas, lo que fomentó el contrabando de calçots, butifarra, mongetes y cromos del Barça como economía sumergida de subsistencia. Don Mariano trasladó gran parte de la industria y las imprentas a Extremadura, ese terreno yermo e inexplorado que España tuvo tanto tiempo abandonado y que ahora parecía ser el nuevo mundo. Llegó  por fin a ser una Comunidad Autónoma reconocida, repoblada, llena de vida alegría, color y parques temáticos, y por fin fue construida su tan ansiada línea de AVE que la conectaba con la realidad. La producción de fuet y el embutido catalán se derivó a Andalucía para intentar también reactivar la economía de esa zona geográfica, aunque fue un gran fracaso, porque las altas temperaturas no permitían el secado óptimo que ofrecía la cordillera catalana y el aire del Montseny, así que se trasladó todo el proceso a Valladolid, un terreno con un clima más apto para competir con los productos estrella de la cultura catalana, y fue allí donde se pudo trabajar en una mejora de los ingredientes obteniendo un embutido con un sabor más facha y menos catalán. El bocado en la nuca a la cara del mapa de España le supuso varios años de recesión al país, pero al final salió adelante como de tantas otras crisis, gracias a la amplia experiencia rancioneoliberalista basada en el aprovechamiento máximo de cada recurso y gota de sudor de la frente de cada ciudadano español.
            Mientras tanto a Cataluña le iba muy bien. Pese a las predicciones negativas de los que se oponían a su Indecendecia, Cataluña fue consciente de que no hay nada mejor que administrarse uno solo sin tener que estar rindiendo cuentas a un socio con un gobierno déspota que, amparado por un incontable número de legislaturas seguidas, había perdido la comunicación total, pese a que ese socio siempre se excusaba apelando a que el fracaso de su relación matrimonial fue debido a la falta de diálogo. Pasaron varios años y Cataluña había crecido tanto económica y culturalmente que se puso a la cabeza de Europa junto a Alemania y Francia. Entonces Barcelona se dio cuenta de que las cosas  estaban yendo por un camino de progreso a cualquier precio que no era el que había elegido y al tiempo empezó a brotar en la ciudad un sentimiento de necesidad de independencia del resto del País Catalán. Cataluña no estaba dispuesta a repetir los hispanos errores del pasado y sin dudar se acordó una fecha para celebrar un referéndum para que su pueblo expresara su sentimiento. Barcelona se independizó. Todos estaban felices, España reinventada, Cataluña guiando a Europa y Barcelona libre de ataduras para convertirse en la ciudad más cosmopolita del planeta. La independencia era un símbolo de fertilidad paisística y de felicidad extrema. Hasta que en unas décadas llegó un malestar al fuero interno de muchos de los vecinos del barrio de Gracia. Sentían que ya no formaban parte de esa ciudad, sentían que había dejado de ser suya, agotados por la constante invasión de turistas. No tardaron en llegar las movilizaciones y como nadie quería volver a escuchar ni un atisbo de esbozo de ese rumor español del pasado, se pactó un referéndum y en una semana el barrio de Gracia pasó a ser otro país europeo más. Todo transcurría en la mayor armonía posible jamás soñada para una sociedad moderna. Se notaba como la independencia resaltaba los atributos de cada personalidad y reafirmaba las señas de identidad de cada localización geográfica y cultural, agudizando la diferencia entre acentos del catalán de cada país: Cataluña, Barcelona y Gracia. El extinto castellano apenas lo recordaba la gente mayor que vivió los duros años de la represión española. En Gracia todo era felicidad y júbilo hasta que, pasados unos años, se oscurecieron los corazones de la familia Tarradellas, dejaron de sentirse parte de Gracia. Hablaron con el presidente del país gracioso y la familia logró independizarse del barrio. Tarradellas creó su propia moneda, una lonchita de fuet metálica que equivalía a un euro, para seguir trabajando con Europa equitativamente sin tener que hacer demasiadas cuentas. Ser independiente era una delicia, todos estaban contentos mientras el mundo avanzaba. Entonces le llegó el turno al señor Tarradellas. El derecho de autodeterminación había sido un signo de felicidad y prosperidad en el último siglo. Tarradellas se independizó de su familia y formó su propio país, el primero regido por un federalismo individualista, la más avanzada disciplina política y filosófica que jamás alcanzaría el hombre. Porque en breve el hombre empezó a ser una unidad demasiado grande para ser gobernada y capaz de ponerse de acuerdo. Y así ocurrió. El brazo derecho del señor Tarradellas quiso ser libre y sin referéndum previo se autoproclamó independiente. Luego le siguieron la mano, un dedo, la falange distal, la uña, la roña de la uña, las sales de las partículas de sudor de la roña de la uña, los átomos de sodio de las sales del sudor de la roña de la uña, los electrones del átomo de sodio, las partículas subatómicas, el Bosón de Highs, la cuerda de energía de cada partícula... Europa se alzó con un número infinito de países con economías emergentes, identidades, culturas y acentos diferentes y una felicidad extrema que provocó las envidias de todos los antiguos países grandes que permanecían observando y torpemente unidos para siempre.   
    


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